Las leyes ocultas de la
enfermedad y de la salud.
La enfermedad es antinatural
La principal conclusión que podemos extraer del estudio de la salud y de la curación es que vivir de un modo natural evita la presencia de enfermedades. Las dolencias surgen cuando nos desviamos de ese modo de vida. Se manifiestan por sí solas en el momento en que el cuerpo trata de neutralizar y eliminar las sustancias dañinas y los fluidos acumulados. Para restaurar la salud necesitamos ayudar al organismo a eliminar esas toxinas; una dieta alimenticia y unos hábitos saludables evitarán que vuelvan a acumularse de nuevo.
Existen cinco razones del por qué nos enfermamos:
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Los tóxicos
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La desnutrición
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El estrés
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Las infecciones
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La polución magnética
Todas y cada una de estas razones provocan, de una u otra forma, una crisis de toxicidad, cuando hemos sobre-expuesto nuestro organismo.
La enfermedad es la manifestación de una crisis de toxicidad, el intento del cuerpo de volver a un estado de equilibrio llamado homeostasis. Esta curación o crisis de toxicidad tiene lugar cuando las toxinas del cuerpo alcanzan cierto grado de concentración, que en este contexto se denominan, tolerancia.
Las toxinas, según Andreas Moritz, son sustancias producidas internamente o portadas desde el exterior que tienen efectos nocivos en los sistemas orgánicos del cuerpo, en determinados órganos, tejidos, células y unidades subcelulares.
Entre las toxinas se encuentran:
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los aditivos alimentarios,
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la contaminación ambiental,
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los residuos del metabolismo y
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la toxicidad generada por las bacterias que descomponen los alimentos no asimilados en el sistema digestivo.
Cuando el cuerpo supera el nivel de tolerancia a las toxinas, lo manifiesta con algún dolor y otras formas de malestar. Esto hace que los órganos y sistemas de eliminación del cuerpo, como la piel, el aparato respiratorio, el hígado, el intestino grueso, los riñones, el sistema linfático y el sistema inmunológico emprendan la defensa del organismo.
Cuando el cuerpo intenta eliminar esas toxinas, el hígado, los pulmones, el colon, los riñones, la piel y glándulas linfáticas pueden llegar a congestionarse. La respuesta inmunológica moviliza las células inmunes y los anticuerpos que ayudan a reducir el nivel de toxicidad por debajo del límite de tolerancia. En esa fase reactiva de la crisis de toxicidad, es posible sentirse débil o exhausto, pues el cuerpo utiliza hasta la última gota de la energía que puede conseguir para eliminar las toxinas. En circunstancias normales, la fuerza física, el apetito y el bienestar vuelven unos días después de su respuesta curativa. Todo ello puede dar la impresión de que se ha recuperado la salud, pero en muchos casos tan sólo se ha superado el nivel sintomático de la crisis de toxicidad.
A menos que se supriman las causas que han llevado a generar las toxinas, es probable que éstas se acumulen de nuevo y se produzca otra crisis de toxicidad. Puesto que el sistema inmunológico se va debilitando progresivamente con cada crisis, la posibilidad de recuperar por completo la salud y la vitalidad también disminuyen. La consecuencia final de estos ciclos sucesivos de crisis tóxicas es una enfermedad crónica.
El síntoma de una enfermedad no es la enfermedad
Aunque una persona pueda pensar que ha encontrado la mejor medicina para su estado de salud particular, no estará realmente curada hasta que no deje de generar o mantener las causas de su dolencia. El paradigma de causa y efecto se aplica a todo en la vida.
Puede que se consiga acabar efectivamente con los síntomas de una enfermedad, pero esto sólo forzará al cuerpo a que las sustancias tóxicas se instalen en sus estructuras más “profundas”, como los tejidos orgánicos, las articulaciones y los huesos. Puesto que las toxinas “desaparecen” del sistema circulatorio general, la capacidad del cuerpo para tolerarlas parece mejorar temporalmente. Esto, por su puesto, da carta blanca al individuo par llenarse todavía más de toxinas sin que se desarrollen signos patentes de una dolencia. En la primera línea del sistema de defensas del organismo, éste podría enfrentarse a esta concentración de toxinas desarrollando un resfriado, fiebre o una infección. Es posible sentirse muy mal. Pero si nada de esto ocurre, puede llegar a creer que está perfectamente, que lleva un estilo de vida saludable y que puede mantenerlo como de costumbre. Después, de repente, sin apenas, avisar, se desata una ola de toxicidad aún mayor. Un ejemplo típico de esta crisis es un repentino infarto cardíaco o una embolia. Muchas de las víctimas de estos ataques manifiestan que siempre se ha encontrado “perfectamente”.
La mayoría de las enfermedades graves y mortales empiezan generalmente con pequeños problemas, como una simple irritación de la mucosidad que cubre las paredes del estómago. Esto puede deberse a una ingesta excesiva de comida, al consumo de alimentos o bebidas abrasivas o al estrés emocional. Cuando un alimento es demasiado pesado o difícil de digerir, el estómago traslada una parte del ácido clorhídrico al esófago, lo que produce una sensación de ardor o acidez.
Nada menos que 60 millones de norteamericanos sufren acidez de estómago al menos una ves al mes. Más de 16 millones la experimentan todos los días.
El contagio milagroso
La siguiente frase resume el mito de la infección:
“Afirmar que las bacterias y los virus son la causa de toda enfermedad sería tanto como decir que las moscas producen toda la basura”.
Lo cierto es que los microbios ayudan realmente a curar la enfermedad, o al menos a evitar que se agrave. La infección representa uno de los procesos de autodefensa más extraordinarios del cuerpo. Durante esta misión de rescate, el sistema inmunológico lucha contra las bacterias o virus invasores, “invitados” por la condición de anfitrión que tiene un cuerpo debilitado y por la presencia de materiales de desecho nocivos. Este combate del sistema inmunológico por medio de una infección es fundamental para restablecer las funciones del organismo. Aunque estos dos fenómenos parezcan contradictorios, no lo son. Ambos son necesarios para que se produzca la curación. Los gérmenes descomponen las células debilitadas, dañadas o muertas y los desechos que el cuerpo congestionado ya no es capaz de eliminar, y el sistema inmunológico hace frente a las toxinas que producen esos gérmenes mientras hacen su tarea. El sistema inmune es, asimismo, imprescindible para mantener controlada la actividad de los gérmenes y para eliminar esos microbios cuando ya no va a necesitarlos más.
Los médicos convencionales suelen combatir las infecciones bacterianas con antibióticos químicos. Creen que las bacterias implicadas en una infección son dañinas, pero este punto de vista es parcial y potencialmente peligroso. Los gérmenes están al “acecho” de que aparezca un órgano debilitado o partes del cuerpo lesionadas cuando se han desbordado los sistemas de autodepuración y de salud del cuerpo. Las bacterias infecciosas o los virus evitan de modo natural las zonas limpias y saludables, pues son lugares donde no pueden prosperar.
Fuente:
Los secretos eternos de la salud, Medicina de vanguardia para el siglo XXI, Andreas Moritz, 2008.