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El alimento

alimento sano-chatarra

 y 

la mejor

la peor

de las cosas

El  alimento está en el corazón de nuestra vida puesto que responde a una triple función.

Función energética

 

Los alimentos nos aportan los substratos que nuestro cuerpo necesita. Bajo de 1.200 – 1.300 kilocalorías, la vida puede ser protegida, pero la salud esta amenazada por las carencias en micronutrientes (hierro, magnesio, vitamina B y C particularmente) que por el mismo déficit energético. Más allá de 2.500 – 3.000 kilocalorías para un individuo sedentario, la puesta en reserva bajo forma de grasas excesivas es inevitable para una mayoría de entre  nosotros. Estos límites deben ser adaptados según las diferencias individuales considerables de nuestras capacidades de “desperdicio” de la energía en exceso. Pero no somos sólo máquinas termodinámicas, somos también máquinas con deseosas.

 

Función hedónica

 

Deseo y placer hacen parte de nuestro universo alimenticio. El acto de comer un alimento “sabroso” (agradable por su aspecto, su olor, su gusto) procura una sensación de placer que acompaña la satisfacción, seguido de la saciedad. Si consumimos alimentos fuera de estos indicadores psicosensoriales, lo agradable deja de serlo al servicio de lo útil, y estamos en peligro. Es lo que se produce en los trastornos del comportamiento alimentario, tan frecuente en nuestros días y cuyas causas parecen complejas y confundidas: las personas más predispuestas a tomar peso son las que se someten, de manera más voluntaria, a un régimen estricto. Esta restricción constante o intermitente, aparece como una de las causas mayores de los trastornos del comportamiento alimentario en los países occidentales y, en particular, en los adolescentes deslumbrados por la delgadez.

 

Función simbólica

 

Comer es mucho más que comer. Los alimentos son ellos mismos fuertemente connotados según el medioambiente sociocultural. El hecho es un símbolo de pureza; la carne roja, de deseo y agresividad; el azúcar hace referencia al niño o a la edad provecta, firmando una forma de regresión, a menudo rechazada por el mundo adulto. En el transcurso de los últimos decenios, el aumento del vegetarianismo no solo se explica por la “vaca loca”, listeria, dioxina, etc., sino también por razones étnicas: el respeto del el otro como de sí mismo, nos prohíbe consumir un animal, percibido como un hermano. Y más aún, hoy la información circula como no se hubiera creído hace unos decenios atrás y esto nos ha permitido de un lado: estar al corriente del maltrato que se hace seguir a los animales del mundo entero, tanto físico como alimentario y por otro lado, saber que el ser humano no necesita comer carne, que todas las proteína que aporta la carne, las podemos encontrar en muchos otros alimentos.

 

A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, nuestras formas alimenticias han seguido las del medio ambiente.

 

En los años ’50, la alimentación racional estaba fundada en las calorías. Los ’60 sufrieron el reinado de la alimentación rápida, con el nacimiento de los supermercados y de la “alimentos para adelgazar”. Los años ’70 y ’80 vieron el auge de la nueva cocina y del “comer liviano”, paralelamente al desarrollo de una sociedad que rechaza las grasas. En los años ’80, la alimentación se adhiere al culto del cuerpo. Los alimentos bajos en materia grasa y los suplementos vitamínicos comenzaron ser taquilla. Después, en los años ’90 aparecieron los alimentos funcionales: alimentos elaborados no sólo por sus características nutricionales, sino también para cumplir una función específica, como puede ser el mejorar la salud y reducir el riego de contraer enfermedades. Hoy en día el crecimiento desmesurado de la agricultura tradicional con la manipulación artificial sobre el ciclo normal de vida, hace que nos tornemos hacia la agricultura biológica.

 

 

Fuente:

 

Mieux vivre, mode d'emploi, Sylvie Angel, Editions Larousse, Psychologie magazine.

https://www.google.fr/imghp?hl=fr&tab=wi&ei=c1QzV6uQCOHX6QSi_4fwDQ&ved=0EKouCBQoAQ

 

 

 

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