Algunos consejos dietéticos
Creemos en los ritmos naturales de nuestro cuerpo, en los de las estaciones del año, y en los incesantes de la naturaleza.
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Comencemos por adoptar una higiene de vida sana y esto no tiene nada de revolucionario: tomemos aire, hagamos funcionar nuestros músculos cada día como siempre lo hicieron nuestros ancestros;
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consumamos productos sanos y variados, al ritmo de las estaciones – cada estación nos ofrece frutas y verduras adaptadas a nuestras necesidades -, estos son actos naturales, razonables, por tanto buenos para nuestro organismo.
Tomemos algunos ejemplos simples y simplistas:
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Cuando hace frío, necesitamos un régimen más harinoso, más azucarado, rico en materias grasas. No es por casualidad que la tierra nos ofrezca a principios del invierno por ejemplo, castañas: necesitamos calorías y glúcidos lentos para luchar contra el frío.
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No es una fantasía, que el verano, nos proponga frutas y verduras llenas de sol, agua, vitaminas y oligoelementos. Estos alimentos son más diuréticos, más depurativos, ayudan al dinamismo de nuestro organismo.
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La uva es una fruta de otoño, época en la que nuestro cuerpo debe purificarse, limpiarse, revitalizarse, para abordar el invierno y sus agresiones.
El mundo vegetal, es un maravilloso laboratorio que nos acompaña. Escuchemos y entendamos sus evidentes consejos y descubriremos en nosotros un equilibrio, una armonía quizá desconocida.
La mayoría de las personas, incluso hoy en día, se alimenta de manera irracional y sobre todo peligrosa. En efecto desde hace unos cincuenta años, hemos aumentado enormemente el consumo de azúcar que ingerimos y casi abandonado los glúcidos lentos que son liberados eficazmente en el organismo. Ya en el año 1993, Michel Bontemps decía que consumíamos cuatro veces más de grasas que en el año 1990.
Para estar en plena forma tanto a nivel físico como intelectual, es necesario que re-aprendamos las reglas dietéticas. La máquina humana por más sofisticada que sea, obedece a reglas simples cuya primera es el respeto del equilibrio entre los diferentes aportes. El organismo necesita:
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Glúcidos para fabricar energía muscular y nerviosa;
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Lípidos que aportan al organismo las calorías necesarias para el mantenimiento de la temperatura del cuerpo, para el desarrollo de todas las funciones, para entregar y vehicular las vitaminas liposolubles;
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Prótidos para construir, mantener y reparar las células;
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Vitaminas, sales minerales y oligoelementos para que el conjunto funcione;
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Agua que constituye entre el 60 y el 70% de nuestro cuerpo, para transportar los nutrientes, permitir las reacciones de hidrólisis y asegurar la regulación térmica.
Equilibrio: la palabra maestra
En primer lugar, es esencial revalorizar el pan y todas las leguminosas ricas en proteínas magras. Contrariamente a lo que se difunde, el pan no hace engordar, muy por el contrario, aporta constituyentes esenciales a nuestro organismo. Debemos tener en cuenta que estamos hablando de un pan completo o semi-completo y no del pan industrial.
Las leguminosas deben volver a ocupar su lugar en nuestra alimentación puesto que su aporte en proteínas es equivalente a las de la carne o de los huevos, con la diferencia que no son acompañadas por las grasas saturadas contenidas en las carnes. La mayoría de las leguminosas contienen solamente entre 1 o 2% de lípidos. Sin embargo, todas ellas contienen más proteínas que la carne:
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25% las lentejas o las arvejas partidas, 20% los garbanzos contra 17% la carne y 13% los huevos.
Por tanto, los porotos, lentejas, habas o hasta los garbanzos son injustamente borrados de nuestra alimentación, además que ya no es necesario demostrar su digestibilidad y sus cualidades nutritivas.
Debemos aprender a restituirlas y a asociarlas a los cereales, también olvidados…las leguminosas y los cereales tienen, en efecto, proteínas complementarias, y asociadas, aportan al organismo los ocho aminoácidos esenciales que nuestro cuerpo no puede fabricar por sí mismo. En otras palabras, al consumirlos juntos, tienen una tasa de proteínas asimilable de 30 a 50% superior a los que se consumen por separado. Además estos productos son económicos, fáciles de conservar y necesitan poco abono para crecer. Por lo tanto son más sanos.
Los cereales han constituido, durante miles de años, la base de la alimentación humana: trigo y cebada, centeno, avena en Europa, arroz en Asia, maíz en América, mijo y sorgo en África Tropical. Los cereales completos son ricos en fibras, aumentan nuestra resistencia gracias a sus azúcares complejos que metabolizados lentamente, nos aportan una energía regular. Son esenciales para la memoria y el trabajo intelectual, mejoran el equilibrio nervioso. Los cereales contienen además, cantidades importantes de vitaminas y minerales.
El déficit casi crónico de magnesio del hombre moderno viene esencialmente de su bajísimo consumo de cereales completos.
Podemos consumir las leguminosas y cereales en ensaladas, por ejemplo. Con la condición de aliñarlas con aceites ricos en ácidos grasos ligeros como el aceite de oliva de primera presión, de maravilla, de nuez, de cártamo, de germinado de trigo. Estos últimos son muy ricos en vitaminas E y F que luchan contra el colesterol. Los pueblos como los cretenses, por ejemplo, que aliñan sus alimentos con aceite de oliva, son muy poco afectados por enfermedades cardiovasculares.
Las vitaminas, oligoelementos y minerales sirven como catalizadores, los encontramos también en las verduras y las frutas. Pero debemos saber elegirlas bien frescas puesto que las vitaminas son muy frágiles. Además, las vitaminas y los oligoelementos son solubles en el agua. Tomemos el máximo de agua de cocción de nuestras verduras o cocinémoslas al vapor. Bebamos también nuestros jugos de frutas o verduras al momento de ser exprimidas, puesto que se oxidan con el contacto del aire.
Las sales minerales son indispensables para la vida. Carecemos más a menudo de calcio y de magnesio. El calcio está presente en el brócoli (47mg/100g), la calabaza, el cardo (70mg / 100g), calabacín (zapallito italiano), endibias (58mg/100g), judías verdes (porotos verdes), espinacas, coliflor (22mg/100g), berro, porotos, lentejas, frutos secos (nueces, almendra, avellanas, etc.). El magnesio, lo encontramos en las leguminosas, los cereales y las ostras o el cacao.
El secreto de estar en plena forma y la longevidad reside en una alimentación variada, equilibrada y sana. Para que todo esto se dé debemos mantener el equilibrio entre las diferentes comidas.
El desayuno no debe pasarse por alto, debe representar el 25% de nuestra ración calórica diaria. Una fruta cruda, por la vitaminas; las fibras favorecen el transito, y además, la mayor parte de la vitalidad queda en la pulpa. Consumamos también leche vegetal: de almendras, quinua, soja, avena, cáñamo, avellanas, etc., yogurt o queso blanco, de 0% o incluso leche fermentada, tipo kefir. No olvidemos los cereales completos, copos de avena, granos de trigo, de maíz, de arroz. Pero cuidado: sin azúcar. Podemos comer también un huevo (a la copa, por ejemplo). Si el chocolate nos es indispensable, puesto que sin él la vida nos parece sin sabor, tomemos cacao desgrasado muy rico en hierro, en magnesio y en potasio. Además es un reconocido antidepresivo.
“Los zumos (jugos) frescos y crudos son indispensables como complemento de cualquier régimen alimenticio, puesto que entregan al cuerpo los elementos vivos y las vitaminas ausentes en los alimentos cocidos y transformados. Su eficacia (terapéutica) reside en el hecho que al separar el agua destilada y los elementos minerales de las fibras contenidas en los vegetales se obtiene un alimento líquido de una digestibilidad casi instantánea.
No debemos olvidar que los jugos de verduras crudas son los constructores del cuerpo, mientras que los jugos de frutas son los limpiadores. Los primeros presentan una proporción elevada de elementos proteínicos comparados con los segundos que tienen un porcentaje más alto de glúcidos.
Los jugos son la comida más perfecta que tenemos. Si lo tomamos toda la vida, tendremos la oportunidad de vivir más tiempo en mejor forma.” Dr. Walker.
El almuerzo debe siempre ser más liviano. Debemos priorizar las verduras crudas y cocidas al vapor, los cereales completos (arroz, sémola, trigo, quinua…) permiten variar los menús y evitan el consumo de demasiada carne, rica en grasas y toxinas. Comamos igualmente mucho pescado. Si en oportunidades debemos contentarnos con un sándwich, prefiramos el pan completo y verduras crudas o camarones antes que la mantequilla y embutidos.
La cena será realizada para favorecer el sueño sereno. Sin alimentos pesados o grasos (embutidos, carne en salsas o pasteles cremosos).
No olvidemos beber agua. Elijamos, por supuesto antes, una agua pura poco mineralizada, cuyo residuo seco sea inferior de 80mg/l. En lo ideal, esta agua de calidad debería ser mejorada para hacerla más asimilable por un procedimiento de dinamización (vórtice, por ejemplo), una revitalización (algunas gotas de limón, por ejemplo) y/o una energización mental (un agradecimiento, por ejemplo). El agua pura y natural es el mejor de los depurativos para la sangre y el mejor limpiador para los órganos (intestinos, riñones, vejiga), sobre todo si se le agrega un disolvente como el jugo de limón. Por esto medios, las toxinas y los uratos disueltos podrán evacuarse fácilmente por los riñones.
Lo ideal es repartir a lo largo del día, la ración aconsejada de un litro y medio (agua + infusiones). Bebamos a menudo pequeñas cantidades de agua y de preferencia, cuando el estómago esté vacío, será más eficaz.
Tomarla en ayuno, al levantarnos y entre las comidas, el agua pura o el agua con fruta (agua + jugo de frutas) preserva la buena fluidez sanguínea, garante de vitalidad. Un vaso de una buena agua fresca o con frutas, consumida veinte minutas antes de las comides, constituye el mejor de los aperitivos, favoreciendo la hidratación que le conviene a las células del estómago.
Para acompañar las comidas, el agua (pura o mezclada con jugo de limón) es valida, con la condición de bebe pequeñas cantidades. Sin embargo, dos errores que producen efectos lamentables para la salud deberían ser evitados:
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beber mucho al comer perturba y retraza siempre la digestión, debido a la dilución de los jugos gástricos que provoca fermentaciones putrefactas causadas por proteínas mal digeridas. Es una de las causas de hinchazón desagradable.
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Beber aguas minerales alcalinas es perjudicial, puesto que estas aguas neutralizan las secreciones ácidas, indispensable para la digestión de las proteínas.
Si seguimos estos consejos, tendremos una energía máxima, una tez magnífica y nos sentiremos en plena forma.
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