Hace mucho tiempo...
Lo último que esperaba ver esa tarde durante mi excursión por un remoto cañón del noroeste de Nuevo México era a un chamán indígena caminando hacia mí. Por ahí estaba. Había estado observándome de frente y me resultaba difícil distinguir sus facciones, pero pude ver que tenía el cabello largo, hasta los hombros.
Parecía tan sorprendido de verme como yo a él.
- ¡Hola! –gritó.
- ¡Hola! –contesté-. No esperaba ver a nadie por aquí a esta hora del día. –me acerqué un poco más y le pregunté-: ¿Cuánto tiempo ha estado observándome?
- No mucho –contestó-. Vengo aquí a menudo para escuchar las voces de mis ancestros en aquellas cuevas –me dijo, señalando con el brazo hacia el otro lado del cañón.
[… ]
- Hace mucho tiempo, nuestro mundo era muy distinto a como lo vemos hoy -comenzó el chaman-. Había menos gente, y vivíamos más en contacto con la naturaleza. La gente conocía el lenguaje de la lluvia, de las cosechas, y del Gran Creador. Incluso sabía cómo hablar a las estrellas y a los habitantes del cielo. Era consciente de que la vida es sagrada y que es el fruto del matrimonio entre la Madre Tierra y el Padre Cielo. En aquella época, había equilibrio, y la gente era feliz.
Sentí que algo muy antiguo manaba de mi interior mientras escuchaba la apacible voz de este hombre resonando contra los muros de piedra que nos rodeaban. De repente, su voz adquirió un tono de tristeza.
- Entonces sucedió una cosa –dijo-. Nadie sabe por qué, pero la gente comenzó a olvidar quién era. Y en su olvido empezó a sentirse separada (separada de la tierra, separada de sus semejantes, separada incluso de su creador). La gente se sentía perdida y deambulaba por la vida sin rumbo ni dirección. A causa de su separación, creía que tenía que luchar para sobrevivir en este mundo y defenderse de las mismas fuerzas que le habían dado la vida y con las que había aprendido a convivir. En poco tiempo, toda su energía comenzó a ser usada para protegerse del mundo exterior, en lugar de hacer las paces con el mundo interior.
El relato de este hombre caló muy hondo en mí. Al escuchar lo que estaba diciendo, ¡me pareció que estaba describiendo a los seres humanos de la actualidad! Con la excepción de culturas aisladas y remotas, y algunos lugares donde perdura la tradición, nuestra civilización está sin duda mucho más centrada en el mundo exterior que en el mundo interior.
Gastamos cientos de millones de dólares cada año para defendernos de las enfermedades e intentando controlar la naturaleza. Al hacerlo, es posible que nos hayamos desviado más que nunca de nuestro equilibrio con el mundo natural. El chamán había captado mi atención; ahora la pregunta era: ¿adónde quería llegar con su relato?
- A pesar de que estas personas habían olvidado quiénes eran, el legado de sus ancestros seguía vivo en su interior. Aún había un recuerdo que perduraba. En sus sueños nocturnos sabían que tenían el poder de curar sus cuerpos, provocar la lluvia cuando la necesitaran y comunicarse con sus ancestros. Sabían que de alguna forma podrían volver a encontrar su lugar dentro del mundo natural.
- A medida que intentaban recordar quiénes eran, comenzaron a construir objetos exteriores que les recordaban quiénes eran en su interior. Con el paso del tiempo, diseñaron máquinas para curar, crearon sustancias químicas para hacer crecer los cultivos y extendieron cables para comunicase a través de largas distancias. Cuanto más se alejaban de su poder interno, más abarrotaban sus vidas con los objetos que ellos creían que los iban a hacer felices.
Mientras escuchaba, percibí los inconfundibles paralelismos entre la gente de esta historia y nuestra civilización actual. Nuestra civilización parece ser incapaz de ayudarnos a crear un mundo mejor. Tantas veces nos sentimos impotentes cuando vemos como nuestros seres queridos caen en las garras del dolor y de la adicción… Creemos no tener ningún poder para aliviar el sufrimiento de enfermedades que nadie debería nunca tener que soportar. Sólo podemos esperar a que llegue la paz y nos devuelva a los seres queridos que luchan en tierras lejanas. Y nos sentimos insignificantes ante el creciente peligro nuclear que amenaza al mundo a causa de nuestras divisiones religiosas, nacionales y étnicas.
Parece que cuanto más nos alejamos de nuestra relación natural con la tierra, con nuestros cuerpos, con nuestros semejantes y con Dios, más vacíos nos sentimos. Y entonces, intentamos llenar este vacío con “cosas”.
[…] Cuando creemos que los videojuegos, las películas, las relaciones virtuales y la comunicación electrónica son necesidades, y todas estas cosas se convierten en sustitutos del contacto real cara a cara, esto puede ser una señal de una sociedad en dificultades. Aunque la electrónica y la industria del entretenimiento sin duda hacen la vida más interesante, también podrían ser banderas rojas que nos avisan sobre cómo hemos perdido la capacidad de llevar una vida sana, enriquecedora y que tenga sentido.
Además, cuando el objetivo de nuestras vidas pasa a ser como evitar la enfermedad en lugar de cómo vivir de manera sana, cómo eludir la guerra en lugar de cómo cooperar para lograr la paz, y cómo crear nuevas armas en lugar de cómo vivir en un mundo en el que el conflicto armado se ha vuelto obsoleto, está claro que el camino que estamos siguiendo es el de la supervivencia. Y así nadie es realmente feliz –nadie “gana”-. Cuando vemos que estamos viviendo de esta forma, lo más lógico sería buscar otro camino. [...]
- ¿Cómo acaba la historia? –le pregunté al chamán-. ¿Consiguió esta gente recuperar su poder y recordar quién era?
[…]
El hombre de rostro curtido por el sol sonrió ampliamente al escuchar mi pregunta. Se quedó en silencio un momento y luego susurro:
- Nadie lo sabe, porque la historia no ha terminado. Estas personas son nuestros ancestros, y nosotros somos lo que estamos escribiendo el fin de esta historia…
Diálogo entre Greegg Braden y el Chamán, “La matriz Divina”.
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